Pandemia, bioética e Iglesia ***por Pedro Trevijano *** Opinión 04 abril 2020

En estos momentos de pandemia y ante la pregunta qué debemos hacer, creo que corresponde a la Bioética dar una respuesta a los interrogantes que se nos plantean.

Los principios fundamentales en Bioética, prácticamente aceptados por todos, son:

-el de beneficencia, la exigencia ética de “hacer el bien” y de que los profesionales pongan su ciencia y su dedicación al servicio del enfermo, superando también la tentación de proseguir sus propias investigaciones en detrimento del bien de la persona que recurre a su servicio;

-el de autonomía, que subraya el respeto a la persona y, en concreto, a sus propias opciones en el curso de su enfermedad. En concreto, el paciente debe ser correctamente informado de su situación y de los tratamientos que se podrían aplicar, respetando luego su decisión, es decir, se requiere su consentimiento informado;

-y el de justicia, que puede formularse como “casos iguales exigen tratamientos iguales”, sin que se admitan discriminaciones, aunque a veces sean posibles diversas interpretaciones;

-más tarde se ha añadido un cuarto principio, desdoblado del primero, el de no maleficencia, ya que para muchos jurídicamente el no hacer el mal (“non nocere”), de alguna manera es previo, independiente y superior al deber de hacer el bien.

Por su parte, el personalismo cristiano complementa estos principios con estos otros:

-el principio de defensa de la vida física, que protege el valor fundamental de la vida y su inviolabilidad;

-el principio de libertad y responsabilidad, con su exigencia de tratar al enfermo como un fin y nunca como un medio, así como para el médico el no aceptar las peticiones moralmente inaceptables del paciente;

-el principio de la totalidad o principio terapéutico, que evalúa en las intervenciones terapéuticas la proporcionalidad entre riesgos y beneficios;

-el principio de solidaridad y subsidiariedad, que invita a la cooperación responsable entre las personas con preferencia para los más necesitados.

Estos principios no se oponen a los anteriores, sino que los complementan, enriquecen y sirven para su interpretación.

Para el católico, la fuente de referencia ha de ser la moral católica con sus valores, carismas y apertura a la trascendencia, manteniendo en especial el principio de beneficencia: es decir, el valor del débil, que exige que se ayude más a quien tiene más necesidad, la importancia de la generosidad y del altruismo y el énfasis en la relación personal.

Este 30 de marzo la Pontificia Academia para la Vida ha publicado un documento titulado Pandemia y fraternidad universal del que copio estos párrafos:

-“Nunca hay actos individuales que no tengan consecuencias sociales: esto se aplica a los individuos, lo mismo que a las comunidades, sociedades, poblaciones individuales. El comportamiento temerario o imprudente, que aparentemente sólo nos concierne a nosotros, se convierte en una amenaza para todos aquellos que están expuestos al riesgo del contagio, sin que ello afecte quizás ni siquiera a los sujetos de dicho comportamiento. Así pues, descubrimos que la incolumidad de cada individuo depende de la de todos”.

-“Si nuestra vida es siempre mortal, esperamos que el misterio de amor sobre el que ésta reside no lo sea”.

-“’Mi vida depende única y exclusivamente de mí’. Esto no es así. Somos parte de la humanidad y la humanidad es parte de nosotros: debemos aceptar estas dependencias y apreciar la responsabilidad que nos hace participantes y protagonistas. No hay derecho alguno que no tenga como implicación un deber correspondiente: la coexistencia de lo libre e igual es un tema exquisitamente ético, no técnico. Por lo tanto, estamos llamados a reconocer, con nueva y profunda emoción, que estamos encomendados el uno al otro”.

-“Lo que necesitamos en cambio es una alianza entre la ciencia y el humanismo, que deben ser integrados y no separados o, peor aún, contrapuestos. Una emergencia como la de Covid-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad. Los medios técnicos y clínicos de contención deben integrarse en una vasta y profunda investigación para el bien común, que deberá contrarrestar la tendencia a la selección de ventajas para los privilegiados y la separación de los vulnerables en función de la ciudadanía, los ingresos, la política y la edad”.

-“Las condiciones de emergencia en las que se encuentran muchos países pueden llegar a obligar a los médicos a tomar decisiones dramáticas y lacerantes para racionar los recursos limitados, que no están disponibles para todos al mismo tiempo. En ese momento, tras haber hecho todo lo posible a nivel organizativo para evitar el racionamiento, debe tenerse siempre presente que la decisión no se puede basar en una diferencia en el valor de la vida humana y la dignidad de cada persona, que siempre son iguales y valiosísimas. La decisión se refiere más bien a la utilización de los tratamientos de la mejor manera posible en función de las necesidades del paciente, es decir, de la gravedad de su enfermedad y de su necesidad de tratamiento, y a la evaluación de los beneficios clínicos que el tratamiento puede lograr, en términos de pronóstico. La edad no puede ser considerada como el único y automático criterio de elección, ya que si fuera así se podría caer en un comportamiento discriminatorio hacia los ancianos y los más frágiles. Además, es necesario formular criterios que sean, en la medida de lo posible, compartidos y argumentados, para evitar la arbitrariedad o la improvisación en situaciones de emergencia, como nos ha enseñado la medicina de catástrofes. Por supuesto, hay que reiterarlo: el racionamiento debe ser la última opción”.

-“En este panorama, se debe prestar especial atención a los que son más frágiles, pensamos sobre todo en los ancianos y discapacitados”.

-“Recordamos las palabras del obispo de Bérgamo, una de las ciudades más afectadas de Italia, Mons. Francesco Beschi: ‘Nuestras oraciones no son fórmulas mágicas. La fe en Dios no resuelve mágicamente nuestros problemas, sino que nos da una fuerza interior para ejercer ese compromiso que todos y cada uno, de diferentes maneras, estamos llamados a vivir, especialmente aquellos que están llamados a frenar y superar este mal’”.

***COVID-19*** ***Letalidad por sexo y edad***

El análisis estatal de la pandemia se centra en las diferencias en la afección según el sexo y la edad

CARLA ELÍAS
REDACCIÓN 

Los hombres presentan fiebre y disnea, y las mujeres, diarrea, vómitos y dolor de garganta

 

Las diferencias en la afección del coronavirus según la edad y el sexo del paciente centran la última actualización del informe que publica regularmente el Ministerio de Sanidad -contiene la información de los casos del COVID-19 notificados al Centro Nacional de Epidemiología a través de la plataforma SiViES hasta el miércoles 1 de abril- para analizar el avance de la pandemia en España. Tanto en cuanto a la sintomatología que presentan como con respecto a los casos específicos a la comunidad sanitaria, los expertos apuntan a importantes disparidades según el sexo.

Una de las principales diferencias es el rango de edad al que afecta. «El 50,2 % de los casos de COVID-19 son hombres y la mediana de edad es de 59 años, siendo mayor en los varones (62 años) que en las mujeres (57 años)», detalla el análisis. Pero, sobre todo, resalta las que se aprecian con el paso de la semana en cuanto a los signos que muestra la enfermedad en cada sexo. «Los hombres presentan una mayor prevalencia de fiebre y disnea, mientras que el dolor de garganta y la clínica digestiva, diarrea y vómitos, son significativamente más frecuentes en las mujeres», recalca el estudio como uno de sus principales resultados.

De forma más generalizada, la actualización del análisis nacional hace hincapié en los agravantes, que se disparan entre los pacientes hombres. «Los hombres presentan una mayor prevalencia de enfermedades de base (cardiovasculares, respiratorias o diabetes), neumonía y un mayor porcentaje de hospitalización, admisión en la uci, ventilación mecánica y letalidad que las mujeres», reitera el estudio.

Más trabajadoras sanitarias

Las diferencias se trasladan también a las estadísticas de los casos positivos entre la comunidad sanitaria. Del total de los de sanitarios infectados, un 69,9 % son mujeres. No obstante, también son mayoría en la sanidad española.

 

Esto dato supone, además, que en el global de mujeres afectadas por el virus, casi cuatro de cada diez son sanitarias. Mientras que los sanitarios no llegan a dos de cada diez hombres infectados. «Se acrecienta la diferencia de infección por COVID-19 entre los profesionales sanitarios según el sexo: hay 2.758 afectadas (suponen el 37 % de los casos de mujeres incluidos en la plataforma del estudio) y 1.206 afectados (17 % del total de hombres)», recoge el documento.

Nueve días hasta la defunción

Analizando los datos desde el inicio de la alerta, el estudio apunta ya a un plazo de tiempo entre el momento en el que aparecen los síntomas y en el que se dan las consecuencias. «La mediana de tiempo desde el inicio de los síntomas hasta el diagnóstico y la hospitalización es de 5 días; desde el inicio de síntomas hasta el ingreso en la uci es de 7 días, y hasta la defunción, de 9 días», explica. Aunque, recalca el documento, todas las estimaciones irán variando conforme se sigan actualizando las encuestas de los casos de afectados y su análisis.

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  1. macariomacarioLugo
    HACE 2 DÍAS.

    Os síntomas máis habituais son febre e disnea, xunto con tose, PARA OS DOUS SEXOS

    RESPONDER ME GUSTA 0 NO ME GUSTA 0

  2. vcar9300vcar9300A CORUÑA
    HACE 2 DÍAS.

    Con colorines… Y los asintomáticos de ellos y ellas ¿ que síntomas dan ?

    RESPONDER ME GUSTA 0 NO ME GUSTA 0

  3. jvie1383879856jvie1383879856A CORUÑA
    HACE 2 DÍAS.

    imposible Como medico, no se sabe a ciencia cierta, si es cierto o no.

    RESPONDER ME GUSTA 0 NO ME GUSTA 0

  4. vcar9300vcar9300A CORUÑA
    HACE 2 DÍAS.

    No es Justo !…. Como últimamente, ellos salen perdiendo ante ellas

    RESPONDER ME GUSTA 1 NO ME GUSTA 0

  5. nuch7469nuch7469Santiago
    HACE 2 DÍAS.

    Imposibel As diferencias de xénero son un constructo cultural

    RESPONDER ME GUSTA 4 NO ME GUSTA 2

  6. mris1499053184mris1499053184CULLEREDO
    En respuesta a nuch7469HACE 2 DÍAS.

    Le han Dado en la madre a más de un@

    RESPONDER ME GUSTA 2 NO ME GUSTA 2

  7. ReflexionandoReflexionandoSANTIAGO
    En respuesta a nuch7469HACE UN DÍA.

    Efectivamente. Parece que vostede confunde sexo con xénero.

    RESPONDER ME GUSTA 0 NO ME GUSTA 0

Los hombres presentan fiebre y disnea, y las mujeres, diarrea, vómitos y dolor de garganta

Se puede ir al fin del mundo sin salir de una habitación ***De pluma ajena- abril 4, 2020 – Que No Te La Cuenten***

Stat crux, dum volvitur orbis[1].

 

Hace algunos días, la Iglesia, siguiendo el calendario litúrgico del vetus ordo, celebraba el día en que nacía a la vida eterna uno de los santos más influyentes para la civilización occidental: San Benito de Nursia.

La figura del Patriarca de los monjes de Occidente pasó casi desapercibida en su onomástico. Evidentemente, la temática del Coronavirus ha eclipsado muchos asuntos importantes, incluso aquellos en los que el cristiano piadoso suele -o debería- tener presente habitualmente.

Sin embargo durante el pasado 21 de marzo celebramos la memoria del fundador de la Orden benedictina y, además de encomendarle toda la situación por la que hoy pasa el mundo, algunos releímos su vida y pudimos rumiar algunas partes de “La Regla”. También nos dimos tiempo para ver un documental de los hijos de San Benito de la Abadía de Sainte-Madeleine du Barroux, en Francia. Y aquí viene lo interesante…

En este video documental de Veilleurs dans la Nuit[2] -recomendable para ver en estos días de Cuaresma en cuarentena-, se muestra con detalle el sentido de la vida monástica y lo trascendente de cada momento diario dentro del monasterio. El sólo verlo edifica el corazón del cristiano, y también nos lleva a una reflexión de la que podemos  sacar algunas conclusiones en este contexto de la cuarentena.

Creyéndolo oportuno, sería provechoso compartir algo de lo reflexionado, partiendo por poner en relieve tres características que describen buena parte del escenario social actual en casi todo el mundo:

  1. Hay cierta clausura: estamos parcialmente retirados de mundo, obligatoriamente.
  2. Hay cierta serenidad: la agitación, el frenesí de la vida inquieta de muchas personas ha menguado, transitoriamente.
  3. Hay cierto silencio: una sensación de soledad hay en las calles y avenidas vacías, y el ruido de las urbes está ausente.

Atendiendo a cada característica podemos percatarnos que, hasta cierto punto y salvando las distancias, las circunstancias del escenario social actual nos ponen, al mismo tiempo, en circunstancias de un “escenario monacal” que podríamos vivir en lo particular.

“Para, para, para… ¿eso significa que tenemos que hacer vida de monje en cuarentena?”. No precisamente. Lo que queremos señalar es que exteriormente tenemos un ambiente que hoy nos favorece para llevar mejor lo interior: oración personal, lectura y, para el que le gusta, la escritura.

En pocas palabras debemos reconocer que disponemos de tiempo, recogimiento, quietud, silencio. Si el tan llevado y traído coronavirus nos tiene desenfocados deberíamos caer en la cuenta de que estamos en Cuaresma antes que en cuarentena. Y es justamente esto lo que intentamos enfatizar para sacar provecho de estos días de aislamiento obligatorio.

Estamos próximos a Semana Santa y no cabe duda que transitamos una Cuaresma peculiar, que presenta también algunas dificultades al estar cerrados los templos, tener a los sacerdotes brindando su asistencia espiritual con restricciones y consecuentemente no nos es posible acudir a los canales de la gracia como habitualmente lo hacemos. De igual modo nos encontramos con otros obstáculos para la vida espiritual puertas adentro, pues el mundo y el ruido también se hacen presentes en la propia casa.

No obstante las limitaciones evidentes, insistimos en que, al mismo tiempo que experimentamos las restricciones, podemos también aprovechar el retiro del mundo; aprovechar la fuga mundi que Dios, en sus misterios de la Providencia, nos pone hoy como una ocasión para seguir firmes en la fe y viviendo el mandato de la caridad en el marco de una cuarentena por la pandemia. Por eso bien haremos en conservar el rezo de las oraciones matutinas, el rezo del Ángelus, el Santo Rosario, la Misa seguida por los medios audiovisuales, la comunión espiritual frecuente, el tiempo de meditación y todo lo que hace a nuestro plan de vida espiritual.

Notemos que entre tantas propuestas que nos llegan por distintos medios para “matar el tiempo” en el encierro doméstico, muy pocas apuntan a mantener viva la unión con Dios por medio de la oración y la lectura[3]. Y a partir de allí, pensemos que es precisamente por éstas dos cosas que podemos ir al fin del mundo sin salir de una habitación.

Algunos recordarán la atractiva novela El despertar de la Señorita Prim, escrita por Natalia Sanmartin Fenollera y publicada en 2013. Este libro -que también invitamos a leer o releer en estos días-, en uno de sus últimos capítulos, aparece un diálogo en donde el sabio monje benedictino de la abadía de San Ireneo de Arnois le dice a Prudencia Prim:

“—Ha venido usted aquí con el temor de que yo le dijese algo que la asombrase, la turbase o la agitase. ¿Qué clase de cortesía sería la mía si hubiese obrado así la primera vez que viene a verme y sin haberme pedido apenas consejo? No tenga miedo de mí, señorita Prim. Estaré aquí para usted. Estaré aquí esperando a que encuentre lo que busca y a que regrese dispuesta a contármelo. Y puede estar segura de que estaré con usted, sin salir de mi vieja celda, incluso mientras lo busca.”

 —Se puede ir al fin de mundo sin salir de una habitación—, murmuró la bibliotecaria.”

La vieja celda del pater -como es llamado este sabio monje en la novela-, es la habitación. “¿Pero cómo es que  un monje puede ir al fin del mundo sin salir de una habitación?”, podríamos preguntarnos con cierta inquietud. A nuestro entender, parte de las respuestas está en la oración, y otra parte en la lectura.

Por la oración:

Primeramente recordemos que la oración no es una propuesta más entre tantas para matar el tiempo, como lo es el hacer alguna manualidad, entretenerse con un juego de mesa, hacer yoga -cosa por cierto es incompatible con el cristiano católico-, etc.. La oración no es una propuesta, es un deber.

“El trabajo es una necesidad física: el que no trabaja, no come. La oración es una necesidad por obligación: el que no reza, no entrará en el Reino de los cielos. La oración es un deber, un oficio. Es el pago libre y  voluntario de la deuda que tenemos con Dios por la existencia y por la gracia”, decía John Senior:[4]

Del igual modo es bueno que consideremos que la oración está unida al silencio. Silencio exterior y silencio interior. Hoy en el mundo exterior -como hemos dicho al comienzo- hay cierto silencio, y estamos más liberados de la “tiranía del ruido” como dice el  Cardenal Robert Sarah. El mismo prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos nos enseña en su libro La fuerza del silencio:

     “El silencio cuesta, pero hace al hombre capaz de dejarse guiar por Dios. Del silencio nace el silencio. A través de Dios silencioso podemos acceder al silencio. Y el hombre no deja de sorprenderse de la luz que brilla entonces. El silencio es más que importante que cualquier otra obra humana. Porque manifiesta a Dios. La verdadera revolución procede del silencio: nos conduce hacia Dios y hacia los demás para ponernos humilde y generosamente a su servicio” (Pensamiento 68)

Entonces, ¿cómo es eso de que por la oración podemos ir hasta el fin del mundo sin salir de una habitación?

Evagrio Póntico[5] decía que el verdadero monje, el auténtico contemplativo es aquél que, “separado de todo, está unido a todos”. Nosotros, hoy estamos separados de todos -o casi todos-, y podemos estar unidos a todos por medio de la oración dirigida al Dios Uno y Trino. Poniendo en el centro del corazón a Dios ponemos también en él al hermano sufriente por la enfermedad; nos unimos al médico o enfermero que está dando su asistencia en un hospital de Italia, España, Argentina o de cualquier parte del mundo; nos unimos al policía o soldado que está cumpliendo con su deber en las calles, al sacerdote o misionero que está celebrando el Santo Sacrificio en la soledad del templo o llevando su asistencia para la salud espiritual.

De este modo, definitivamente no hay lugar a dudas de que se puede ir hasta el fin del mundo sin salir de una habitación por medio de la oración dirigida a Dios y a María Santísima. 

Por la lectura:

Algo más que puede hacer agradables y amenos estos días en los que estamos de “caseros” es la lectura.

Tomar en nuestras manos aquellos libros que no podemos leer -ya sea por el movimiento apresurado de los días laborales o por las agendas apretadas que se tienen cuando no se está en cuarentena-, tomar esos libros, decimos, es hoy una ocasión más que oportuna.

Quizá no sólo un libro, sino dos o tres, para leer en distintos momentos del día. Sea uno para la lectura espiritual y del Evangelio, que ayudará mucho a la oración, meditación y práctica de las virtudes; otro para la lectura formativa, de carácter teológico, filosófico o histórico por ejemplo, que ayudará mucho a tener una  forma mentis  clara y ordenada; y otro libro de lectura amena, como una novela, un libro de cuentos, un compendio de hermosas poesías…, que mucho ayudarán al sano esparcimiento, ordenando y deleitando los sentidos internos.

Pensemos en aquella ociosidad sagrada[6] que se puede cultivar en estos días de cuarentena. Esa ociosidad que no es sinónimo de pereza o vagancia, sino que, como dice Pieper “es una forma de callar, que es un presupuesto para la percepción de la realidad; sólo oye el que calla, y el que no calla no oye”[7]. Es esa forma de callar  la que nos ayudará a “oír” lo que nos dice un buen libro.

La contemplación de la verdad, el bien, y la belleza que encontramos en los buenos libros es sumamente valiosa en este siglo en el que la mentira, la malicia y la fealdad tratan de echar raíces en la mente y el corazón del hombre a través de las ideologías y las modas.

Retomando el diálogo que citábamos anteriormente del Despertar de la señorita Prim, el sabio monje benedictino le dijo a Prudencia:

     “Busque entonces la belleza, señorita Prim. Búsquela en el silencio, búsquela en la calma, búsquela en medio de la noche y búsquela también en la aurora. Deténgase a cerrar las puertas mientras la busca, y no se sorprenda si descubre que ella no vive en los museos ni se esconde en los palacios. No se sorprenda si descubre finalmente que la belleza no es un qué sino un quién.”

Esta es la razón por la que interpretamos que a partir de la lectura, la buena lectura, también se puede ir al fin del mundo sin salir de una habitación; porque los buenos libros mueven a la reflexión, favorecen la meditación, ayudan a pensar y nutrir la vida interior…, propician la mirada trascendente para no olvidarnos de mirar más arriba, atendiendo a las cosas que no se ven.

Demás está decir que algunos tendrán más tiempo y disposición que otros para llevar adelante el deber de la oración y la necesidad de la lectura en medio de la ociosidad sagrada. Habrá quienes conserven las mismas preocupaciones y labores de siempre, y habrá también quienes a este tiempo de Cuaresma en cuarentena podrán sacarle provecho para lo que hemos señalado.

Igualmente, damos por entendido, que todo lo dicho hasta aquí es bien llevado en familia o en soledad. Rezar y leer no es una invitación al aislamiento egoísta dentro de un cuarto. Como decía un Sacerdote que en estos días envió un audio a los amigos y allegados: “(…) estos días con toda la familia -o por lo menos buena parte-, encerrada en una casa, es una grandísima ocasión para la vida virtuosa. Se dice vita comunis, máxima penitentia, la vida en común es la máxima penitencia (…) y estos días serán días de practicar la caridad, la paciencia con el prójimo, sobre todo soportando sus defectos; días de generosidad en el trabajo cotidiano, de generosidad de las pequeñas tareas de la casa, de alegría y buen humor”.

Son tiempos en los que la confianza en la Providencia debe estar muy presente en el corazón cristiano para afrontar la situación general y particular de cada uno, pues a cada día le basta su aflicción. Son tiempos de conversión en los que debemos pedir que nuestro corazón de piedra se haga un corazón de carne.

Será de gran ayuda el pedirle a Dios vivir con sencillez cada jornada, como poéticamente lo pide José María Pemán en su Elogio de la vida sencilla:

 “Vida serena y sencilla,

yo quiero abrazarme a ti,

que eres la sola semilla

que nos da flores aquí.

Conciencia tranquila y sana

es el tesoro que quiero;

nada pido y nada espero

para el día de mañana.

(…)

y al nacer cada mañana

tan sólo le pido a Dios

casa limpia en que albergar,

pan tierno para comer,

un libro para leer

y un Cristo para rezar.”

En fin. Que a pesar las contrariedades del momento que transitamos, no nos privemos de la apetura a lo sacro y a la sabiduría por medio de la oración y la lectura.

Cada uno según sea el lugar en el que Dios lo puso en este momento, sabrá de qué modo puede “ir hasta el fin del mundo sin salir de una habitación”.

Que la Virgen Santísima, refugio de los pecadores, nos asista y proteja no sólo de ese nuevo “enemigo invisible” del Coronavirus, sino sobre todo del aquel antiguo enemigo invisible, y así lleguemos a vivir una Semana Santa con vivos actos de fe, esperanza y caridad.

Y como de vida monástica comenzamos hablando, con el profundo saludo monástico nos despedimos.

¡Memento mori![8]

 Cristián Ferreira

[1] “La Cruz permanece firme mientras el mundo da vueltas”, lema de la Orden de los Cartujos.

[2] “Vigilantes de la noche… la vida de los monjes benedictinos”: https://www.youtube.com/watch?v=FzyrE8x-wy8

[3] Vemos que todos nos encontramos bajo el cumplimiento del insistente mandato social “Quédate en casa”. Se trata de cuidar y promover la conciencia social. ¿Y dónde está el examen de conciencia particular pensando en el decálogo?… Varios están vigilantes para ver novedades por redes sociales y armar reuniones virtuales. ¿Y dónde está esa pronta disposición para reservar un tiempo para al diálogo íntimo y silencioso con Dios?…No pocos están sacando provecho a este tiempo para limpiar y ordenar la casa. ¿Y dónde está el trabajo por poner orden y limpieza en el castillo interior -como gustaba llamar al alma Santa Teresa-?… Aparecen decenas de tutoriales de rutinas de ejercicio en casa, para seguir “en forma” y cuidar la silueta corporal. ¿Y la forma mentis? ¿Dónde está la rutina para la lectura formativa, espiritual y recreativa?… ¿En vez de agarrar un libro para leer, pagamos la cuenta de Netflix y nos trasnochamos viendo series y películas?. Ciertamente, en sí, no hay nada de malo en todo esto si es llevado con el debido orden. Lo malo es que una cosa quite la otra, es decir, que lo verdaderamente importante quede relegado y olvidado.

[4] Senior, John, La restauración de la cultura cristiana, Vórtice (2016), p. 93

[5]También conocido como Evagrio el Monje. Fue un monje y asceta cristiano del siglo IV,  muy conocido por sus cualidades de pensador, escritor y orador.

[6] En el blog “De libros, padres e hijos”, Don Miguel Sanmartin Fenollera tiene publicada una nota de gran valor y precisión al hablar de este tema. Sumamente recomendable leer, como todas las demás publicaciones de su blog: https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2018/09/de-la-ociosidad-sagrada.html

[7] Pieper Josef, El ocio y la vida intelectual, Rialp (1974), p.45.

[8] Conmovedor saludo de los hijos de San Bruno, que resulta ser un recuerdo sobre la futilidad de la vida humana. La traducción al castellano es “Recuerda que morirás”

Artículos de Nemesio R. Canales ¿Qué Buscar, qué Hacer, qué Orientación Imprimirle a la Vida?

Artículos de Nemesio R. Canales (Trozos Selectos)

(Fragmento del artículo de 1918 Vislumbres del Enigma)
                                   ***

Empiezo por opinar que lo primero que debemos tratar de eliminar totalmente de nuestras costumbres es ese sentido de permanencia, de estabilidad, de duración, que la mayor parte de las gentes le dan a la vida. «En la playa, pronto a zarpar, y desnudo, como los hijos de la mar«. Así dice un gran poeta español, Antonio Machado. La frase vale, ella sola, por muchos tomos de sabia y enmarañada filosofía.

     En efecto, puesto que la vida es inestable, fugaz, casi tan imprecisa y tornátil como el humo, ¿a qué conduce ese absurdo empeño de instalarnos dentro de ella, no como quién está de paso y sin fecha de salida, sino como quién está muy seguro de quedarse para siempre?
     La casa recia, de ladrillo, hecha como para burlarse del tiempo; dentro de la casa los muebles, fuertes, duros, tan eternos como la casa; y fuera de la casa, el esfuerzo continuo, perseverante, para conquistarnos posiciones tan sólidas, tan altas, que duren siglos. Resultando de todo ello, que, a fuerza de labrar la jaula y de buscarle el más sólido y encumbrado acomodo, no tenemos tiempo para nada más: para mirarnos, para sentirnos y hallarnos y cultivarnos nosotros mismos.
     De ahí viene que, a medida que hemos ido acumulando más cosas, más éxitos fuera de nosotros, nos hemos ido empobreciendo y empequeñeciendo más y más nosotros mismos, como personas, como tipos humanos. Hemos trabajado hasta reventar por lo externo, por la casa, por los muebles, por la posición, pero nada hemos hecho por nosotros. Nuestra curiosidad, nuestra gran curiosidad ante el espectáculo del mundo se quedó insaciada, nuestros afectos durmieron, nuestras células cerebrales no vibraron… y el moho nos consumió y todo nuestro mecanismo quedó, por la inacción, atrofiado y perdido en sus órganos más nobles y esenciales, tales como el corazón y el cerebro. Es como si un pájaro, por obstinarse en hacerse de un seguro e indestructible asilo, se pasase la vida en la tarea de construirlo. Habría nido, quizás, algún día, pero el pájaro, por no haber volado, por no haber trinado, por no haber amado, por no haber respondido a sus instintos, estaría ya atrofiado e insensibilizado de tal modo que más que para el nido serviría para el reposo de la muerte. ¡Amigos! puesto que no nos podemos pasar sin ésto y sin aquello, cosas necesarias pero secundarias, laboremos por ésto y por aquello; pero, puesto que nos vamos, labremos de prisa y corriendo estructuras ligeras, sencillas y efímeras como nosotros mismos, y adelante, que el tiempo es corto y las cosas por pensar y por sentir y por probar muchísimas.
     Ya libres del fardo pesadísimo de preocupaciones que arropan y sofocan nuestra verdadera alma; ya hechos a mirarnos a nosotros mismos como a simples caminantes, marchemos sin miedo, sin cogernos pena, alegremente, con los ojos tan abiertos, tan llenos de curiosa simpatía hacia las cosas que contemplan, como los de una tropa de soldados jóvenes y sanos que, sabedora de que marcha al encuentro de una muerte cierta en las garras de un enemigo diez veces superior, pone en su mirada la cálida fulguración que es a la vez saludo y despedida.
VOCABULARIO CONTEXTUAL
1.Recia= Fuerte.
 2.Perseverante= Que se mantiene constante en continuar lo empezado.
 3.Reventar= Fatigarse mucho con exceso de trabajo.
4.Curiosidad= Inquietud por saber o averiguar lo ignorado.
5.Insaciada= Que no está satisfecha o complacida.
 6.Atrofiado= Empequeñecido, reducido, sin desarrollo.
 7.Fardo= Impedimento.
 8.Curiosa simpatía= Deseo de saber alguna cosa con inclinación de agrado

***

10 maneras con las que poder prepararse para estar en gracia y afrontar en paz el final de la vida

Por nuestros enfermos y por nosotros mismo;                                                   Consejos del padre Ed Broom cuando el coronavirus ha mostrado al hombre su fragilidad y finitud

El padre Broom ofrece sugerencias para estar preparados para estar en gracia

La pandemia del coronavirus está cobrándose miles de vidas humanas y mantiene confinadas en sus casas a cientos de millones de personas en todo el mundo. El miedo a la muerte es más palpable ahora que nunca. Y este virus ha puesto de manifiesto la fragilidad del hombre y su finitud, lo que está llevando a muchos en este momento de excepcionalidad a realizarse preguntas que antes tenían.

La muerte siempre está ahí, llegará a todos, pero el coronavirus la ha hecho más visible para todos, también para los más jóvenes. Y por ello es importante estar bien preparados por si llegara y así poder disfrutar con el Señor en el Paraíso.

El padre Ed Broom, oblato de la Virgen María y ordenado sacerdote por San Juan Pablo II, reconoce que es un tema del que cuesta hablar en este momento, pero que es necesario y urgente pues muchos seres humanos se juegan su salvación. Por ello, ofrece en Catholic Exchange 10 sugerencias concretas para ayudar a recibir las numerosas gracias que existen y así morir, cuando toque, en estado de gracia:

1 . Vivir cada día como si fuera el último

“¿Cuánto tiempo realmente perdemos diariamente o cuánto hemos malgastado hasta este momento en nuestras vidas? Todos los días debemos levantarnos y entregarnos totalmente a Jesús a través de María y esforzarnos por no negarle nada al Señor, imitando a Santa Teresa de Lisieux”, explica el padre Broom.

2. Huir del pecado como de la peste

El coronavirus está poniendo en jaque al mundo y llevándose numerosas vidas por delante. El miedo a día de hoy al virus es enorme y esto es algo comprensible. Pero este sacerdote se pregunta si no se debería temer incluso algo peor: “¿Qué tal el temor de ofender a Dios a través del pecado? ¿Qué tal el miedo a perder el alma y morir en pecado mortal?”. Por ello, recuerda que “ciertamente un virus físico puede ser catastrófico para el cuerpo. Sin embargo, el pecado es un virus moral que se come y corrompe la fibra misma de nuestra alma, que tiene un valor infinito y eterno”.

3. Vivir en la presencia de Dios

Santa Teresa de Ávila, doctora de la Iglesia, señaló que una de las principales razones por las cuales se peca es porque la persona vive ajeno a la Presencia de Dios. Se olvida que todas las acciones, pensamientos e incluso intenciones son vistos por Dios como el sol brillando al mediodía.

4. Rezar más cada día

El padre Broom recomienda esforzarse por rezar un poco más y un poco mejor cada día. El punto clave es poder llegar a un momento de la vida en el que no se pueda vivir sin la oración. Es decir, que se convierta en una cuestión de vida o muerte en nuestra vida espiritual.

Al igual que se necesita aire para los pulmones, la oración lo es para el alma. Qué aire es para los pulmones, así que la oración es para el alma. Una persona sin oración se secará y se sofocará.

5. Reconciliarse

En el Evangelio, Jesús afirma que si antes de hacer una ofrenda en el altar esa persona tiene algo contra su hermano primero tiene que hacer las paces y sólo entonces podrá realizar la ofrenda. “En otras palabras, Jesús quiere que al menos nos esforcemos por vivir la misericordia y superar cualquier forma de resentimiento en nuestra vida”, afirma este sacerdote. Por ello, anima a recordar las palabras del poeta católico inglés, Alexander Pope: “errar es humano; perdonar es divino».

6. Nunca desesperarse, sino confiar en la misericordia de Dios

Al llegar al momento de la muerte y en esta estancia terrenal la pregunta que sugiere el padre Broom es: “¿confiamos realmente en la infinita misericordia de Dios?”. Para ello recuerda las palabras de San Pablo cuando dijo que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. Igualmente, Santa Faustina insistía en que “el peor de los pecadores puede ser el más grande de todos los santos”. Todo depende de la disposición del corazón y de tener una confianza ilimitada en que la misericordia de Dios es infinita.

7. El don de la iglesia: indulgencia plenaria

La Iglesia Católica tiene un depósito infinito de gracias que pueden recibirse por medio de las indulgencias, incluida la indulgencia plenaria. Para adquirir una indulgencia plenaria, los requisitos son los siguientes, teniendo en cuenta las disposiciones específicas que se dan ahora con el coronavirus y el confinamiento

-Confesión. Una confesión bien preparada y sacramental. En caso de no poder optar por la confesión la Santa Sede pide un acto de contrición y arrepentimiento con la intención de confesar en cuanto sea posible hacerlo.

– Oración. Si el Rosario más sagrado se recita en la familia o frente al Santísimo Sacramento, esta es una oración que puede ayudarnos a adquirir la Indulgencia Plenaria.

– Rezar por el Papa. Después del Rosario, se deben ofrecer oraciones por la intención del Santo Padre: Nuestro Padre, Dios te salve, y Gloria.

– Misa y comunión. De capital importancia es la asistencia a la Misa, la participación plena, activa y consciente en la Misa, y lo más importante, la recepción ferviente y amorosa de la Sagrada Comunión: el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Señor Jesús. En este caso muchas personas tan sólo pueden optar a la comunión espiritual.

– Renunciar y rechazar el pecado en su totalidad.

Si estas cinco condiciones se llevan a cabo con pureza de corazón e intención, entonces la Indulgencia Plenaria se puede adquirir perdonando no sólo los pecados sino también el castigo temporal que se acumula.

8. Nuestra Señora del Rosario

En Fátima, Nuestra Señora pidió a los niños, Jacinta, Francisco y Lucía, en cada una de las apariciones que se rezara el Rosario. “Cada vez que rezamos el Rosario nos estamos preparando para una muerte santa y feliz cincuenta veces. ¿Cómo y con qué palabras? Las últimas palabras del Ave María: ‘Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén’. ¡Le rogamos a Nuestra Señora que esté con nosotros en esos últimos y críticos momentos para que podamos exhalar nuestra alma en las manos de Dios!”, explica este sacerdote.

9. Recibir los últimos sacramentos antes de la muerte

El padre Broom destaca “la gracia de recibir los tres sacramentos antes de morir, y el perdón Apostólico. Este es el orden apropiado: confesión sacramental seguido por la Unción de los enfermos; y finalmente, la recepción de Viático, la última Comunión antes de su partida.

Como una ventaja adicional, el sacerdote puede ofrecer el Perdón Apostólico que consiste en estas breves pero poderosas palabras: “Por los santos misterios de nuestra redención, que Dios todopoderoso te libere de todos los castigos en esta vida y en la vida futura. Que te abra las puertas del paraíso y te dé la bienvenida a la alegría eterna».

10. ¿Qué palabras te gustaría que fueran las últimas en la Tierra?

“He pensado –reflexiona el padre Broom- en esta pregunta con cierta frecuencia y llego a esta conclusión. Quisiera que mi corazón en esos últimos momentos exprese tres sentimientos”. Son las siguientes:

-«Señor Jesucristo, ten piedad de mí, pobre pecador».

– «¡Jesús, confío en ti!»

– «¡Jesús, te amo!»