El brahamán, espiritual y etéreo, caminaba por la selva cuidadosamente, casi flotando, para no atender contra ninguna forma de la vida. Inmerso en el mundo de lo minúsculo, cuidaba de no pisar las hormigas y los gusanos; de no rozar las alas de las mariposas con las faldas de su túnica anaranjada; de no triturar los insectos bajo sus sandalias.
Por eso, no se dio cuenta de que, sigilosamente, salía de la espesura el tigre que lo devoró.